martes, 24 de agosto de 2010

SOBRE CEREBROS RESABIDILLOS

Resulta frustrante tratar de entender la vida y el comportamiento humano a partir de un cerebro perteneciente a esta misma especie. ¡Un cerebro que trata de entender su propio funcionamiento! Un círculo vicioso sobre el que si pienso demasiado, parece poder empezar a comerse a sí mismo, cual pescadilla que se muerde la cola, para posteriormente echar humo y saltar por los aires.
A lo largo de la evolución, y a partir de nuestra condición de seres racionales, nuestra especie ha ido haciéndose las mismas preguntas una y otra vez. El trabajo, el ir y venir y las ocupaciones que la propia sociedad se ha ido inventando, hace que precisamente esas preguntas surjan cuando disfrutamos de “tiempo libre”. Quizás la manera de estar ocupado y entretenido con cualquier cosa ha sido una artimaña que el cerebro ha ido adoptando para evitar tan incómodas cuestiones. Pero inevitablemente, llega un día en que te asaltan de repente todas esas dudas.

Estamos atrapados. Si, estamos encerrados dentro de unos razonamientos que se dan como lógicos dentro de lo que llamamos inteligencia y vemos el mundo de una manera totalmente subjetiva y absurda, aunque nosotros estemos convencidos de todo lo contrario.
Todas las teorías que postulamos son el resultado de nuestra interacción inteligencia-entorno, sin ayuda de alguien superior que esté al otro lado, y que utilice el 100 % de su capacidad mental, mirando nuestra obra con perspectiva y en la distancia, señalándonos aquello en lo que fallamos. Por lo que sé al respecto, un cerebro humano emite señales de todo tipo mediante la sinapsis entre neuronas. Dando este hecho como cierto, el color verde será percibido de la misma manera en el organismo de Albert Einstein que en el de Belén Esteban, por poner dos ejemplos ilustrativos.
La intensidad con la que percibimos los colores sin saber de qué manera lo está viendo la persona que tenemos enfrente, el tacto de la arena cayendo entre los dedos, la capacidad de distinguir posibles disonancias en un cuarteto de cuerda y que se te ericen los pelos del repelús, el olor asqueroso de algo en mal estado que nos advierte mediante arcadas que eso es malo para nuestro organismo y que no se nos ocurra comerlo… son sensaciones que podemos experimentar a menudo, y que nuestro cerebro interpreta a través de los sentidos, esos 5 que valoramos tanto porque no conocemos ningún otro, como el niño que mira hacia el horizonte pensando que el sol desaparece siempre por detrás del mar, en todas las playas del mundo.
Yo sí echo de menos en ciertas ocasiones la existencia de un sexto o séptimo sentido y siento en ocasiones la carga que supone aceptarnos a nosotros mismos como “el no va más” de la especie animal, con esa capacidad de raciocinio que valoramos tanto los de nuestra especie.
Ojalá mañana me encuentre con un ser con un coeficiente intelectual de más de 500 (según nuestra rudimentaria manera de medir lo listos que somos) que nos esté observando escondido y se diga a sí mismo: “Mírales, ¡qué felices parecen en su papel de reyes de la creación! pero como ellos mismos dicen de sus semejantes, -la ignorancia es la madre del atrevimiento-”.
Lorelá

3 comentarios:

  1. Su tuviesemos el sentido de decirnos cuando erramos y cuando no en nuestro pensamiento no habría incertidumbre (ni una pizca!)
    Y si no hay incertidumbre ¿qué gracia tiene vivir?

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  2. Sigo diciendo que a mi lo que más me ralla es pensar si todos vemos los colores de la misma manera... quien nos dice que es así?

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  3. Yo no veo los colores de la misma manera!!!

    Faltaría más!!!

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